domingo, 15 de enero de 2012

R.

Ves los árboles pasar. Piensas, no dejas de pensar. Después de todo esto ahora estás esperando a que llegue la hora de enfrentarte a la realidad. Tienes miedo, lo sé, es lo normal. No sabes cómo actuar ante ese espejismo que te hace vibrar. Lo sientes, lo sé. Cometiste un error y ahora te arrepientes. ¿Has pensado en cómo serían las cosas si no hubieras dicho esas palabras? Sí, sé que te lo has preguntado más de una vez. ¿Qué esperabas? El destino no existe, lo construyes. Tu has construido un infierno del que no sabes salir. ¿La culpa? ¿De la distancia dices? No, la culpa fue tuya, por escuchar lo que decía tu cabeza y no lo que sentías.  ¿Y ahora qué? Ahora estás a la espera de enfrentarte a la realidad: llegar, verle y sonreír. Duele, lo sé. A mi también me duele sonreír cuando lo que quiero es arrancarte el corazón, romperlo y devolvértelo por todo lo que me hiciste, al igual que hiciste tú. Ya no es que no desee que vuelvas, es que no puedo dejar que lo hagas. No quiero más heridas de cicatrices abiertas. Lo siento, de verdad, a mi me duele más que a ti.
El coche para. La ves. Te paralizas. Oyes lo que dicen tus padres ``recoge las maletas y mételas en casa´´. Lo de siempre. Pero no lo escuchas, estás demasiado concentrado en el cosquilleo para ello. Sales del coche y la miras, te mira. Silencio. Sus ojos han paralizado el mundo y tienes ganas de bajar, pero ves que aparta la mirada con los ojos llorosos y se va. Coges las maletas y entras en casa. Te pones el bañador e intentas no llorar. Lo único que haces entrar en la piscina y nadar. Cuando paras la vuelves a ver, está cuidando de una niña pequeña; sabes que le encantan. Te vuelve a mirar, le cae una lágrima por la mejilla, esas mejillas que no volverás a rozar.

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