domingo, 4 de marzo de 2012

¿Te acuerdas de esos momentos en los que, sin querer, arrancaste una rosa del ramo de flores que te encargaron llevar? ¿O de cuando eras torpe, y se te caía todo lo que tu madre te mandaba limpiar? ¿Te acuerdas de esos momentos en los que llorabas por cosas que ahora te gustaría revivir? Yo sí que me acuerdo. Es duro, o al menos para mi. Revivir todo eso sin darte cuenta siquiera de que los años han pasado y que tú sigues ahí, anclada en un presente que, a lo mejor ni siquiera mereces. Intentas convencerte de que quizá sea mejor así, pero no, sabes de sobra que lo que sientes no cambiará por mucho que luches. Es como una puerta giratoria: da vueltas y vueltas, tú entras y te encuentras con que no hay salida al otro lado, siempre sales por donde entraste. No te desharás de ese sentimiento tan fácilmente...
Solo te gustaría que te mintieran; que dejaran a un lado lo que piensan y que te sumergieran en una realidad inexistente. Esa realidad en la que los gnomos y los caballos negros y blancos están por todas partes, esa realidad en la que los  arcoiris se quedan todo el día aunque haga sol. Esa realidad en la que solo existís dos.

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